viernes, 4 de septiembre de 2009

El capital del mediocre





















En el quehacer cotidiano nos encontramos con diversos tipos de personas. Las hipocondriacas, pesimistas, hiperemotivas, histéricas, depresivas, excitadas, fanfarronas, jactanciosas y muchas otras, de una larga lista de pecualiaridades que confirman la particularidad del ser humano.
Ahora bien, las que más llaman mi atención, son aquellas capaces de defender argumentos sin poseer las herramientas reales para poder hacerlo.
Este grupo de personas constituye el capital humano de la mediocridad.
A estas personas todo les resulta fácil, al punto que todo lo que no fue hecho por sus manos o no constituye una idea suya, les resulta mal hecho.
Las objeciones "aparentemente técnicas" son en realidad construcciones semánticas difusas, de escaso contenido.
La linea lógica del argumento se pierde en un mundo de ideas que confunde a los desprevenidos, emociona a los incautos y decepciona a los ilustrados.
Esta gente es perniciosa. La retórica sofista es su herramienta principal de persuación y, lo peor de todo, es que la capacidad de encantamiento en muchos casos les resulta.
El hombre contemporáneo esta obligado a autogestionarse en la adquisición de conocimientos; no debe detenerse en la mera captación y memorización de percepciones ajenas; de la construcción imaginaria de personas que simulan la actualidad para declinar la inteligencia hacia el vacío.
El compromiso del conocimiento es generar nuevas ideas que contrasten las mismas ideas de quien las engendró.
Los libros no muerden, la escritura no pica, el pensamiento no cuesta dinero.
Es sólo cuestión de autovaloración y voluntad.
La ciencia esta oculta en los párpados de la ceguera intelectual.
La sociedad de hoy nos compele a superar nuestras metas, a generar pensamientos de desarrollo. Los nuevos tiempos no son para quienes dicen saberlo sin entender lo que dicen, es para quienes son capaces de explicar realidades desde el banco de las soluciones.
Creo que ese es nuestro desafío.