martes, 20 de enero de 2009

Derroche del tiempo

Si nos ponemos a pensar que nuestra vida corporal y terrenal es pasajera, entenderíamos la verdadera importancia de vivir cada segundo como una eternidad.
Jamás pensé en ello. Siempre estuve afanado en la idea de gozar de la manera menos comprometida posible, especialmente, en relaciones sentimentales.
Pero este principio no sólo se aplica a relaciones de pareja. ¿Cuántas veces nos preguntamos, si tan siquiera estábamos trazando las líneas de un porvenir de prosperidad que podamos heredar a nuestros descendientes? En realidad creo que todos lo pensamos algunas vez, pero pocos iniciaron el camino para que pudiera convertirse en una realidad.
Comúnmente, caemos en el error de sobredimensionar pequeños tropiezos, de llevar al extremo situaciones que en realidad son de fácil solución. Relaciono esta conducta a una necesidad innata de hacernos difícil la vida, simplemente por no tener la convicción de que nuestra estadía en ella es corta.
Soy victima de este mismo síndrome de “autoflagelación compulsiva”, o la capacidad de convertir las cosas simples en peores. Puedo especular diciendo que necesitamos estar en situaciones de crisis para que concluya en sensaciones de felicidad, es decir, tratamos de experimentar el fracaso para convencernos de que no somos tan desgraciados como creíamos, al recomponernos; y allí mismo, encuentro el desatino como común denominador de nuestra conducta.
¿Que pasaría si pensáramos que nuestra felicidad se esconde detrás de nosotros y que sólo bastaría con dar la vuelta a nuestras convicciones y hábitos conductuales para entender que hay perspectivas que debemos rediseñar, para no tropezarnos con piedras imaginarias? Fundamento la pregunta asegurando que en mayor proporción cometemos el error de engrosar los problemas antes que focalizarnos en las soluciones. Me animo a decir que en un 85 por ciento de los casos, los problemas no son más que simples inconvenientes o divergencias que pueden ser dirimidas con madurez y humildad. Lo digo por experiencia.
Ahora empiezo a tomar conciencia de que mi estadía en este mundo tiene un tiempo incierto, que puede ser corto o medianamente prolongado – pero corto al fin – por lo que debería pensar la mejor manera de estar presente, sin acogotarme el ánimo con situaciones fútiles y supuestas decepciones sin sentido.
Para ello, sólo basta con mudar el foco de la mirada para superar desafíos y proveer de glorias al mañana. Ese es mi desafío y espero que también sea el tuyo.

lunes, 19 de enero de 2009

Mi termo decidió quedarse

Muchos de ustedes pondrán en duda esta historia, pero les aseguro que es verdad.
Ocurrió en varias ocasiones, que ya lo daba por perdido y mi termo de tereré me dio una gran sorpresa. Uno de los más fuertes extravíos que recuerdo ocurrió recientemente. Salí del canal alrededor de las 13.30 horas. Como de costumbre me predispuse a esperar que un equipo de exteriores surque el estacionamiento y se dirija a una cobertura periodística de último momento para tomarme un aventón y acercarme a destino. Según lo recuerdo, abandoné la oficina con la trilogía de siempre: maletín, walkman y el termo de tereré. Aborde el móvil en compañía de mis compañeros y comenzamos la travesía. Nos desplazábamos sin prisa y mientras compartíamos anécdotas tomábamos el tradicional tereré, por supuesto, de mi termo. Cómo no hacerlo, si todavía conservaba el agridulce sabor del remedio yuyo, ancestral brebaje para suprimir malos espíritus a consecuencia de una mala digestión o en el caso de algunos, de la ingesta excesiva de alcohol. Una vez que llegué a destino, me percaté de que no traía conmigo la llave de la casa y como complemento la encargada se había retirado con la llave que le correspondía. Inmediatamente, tomé mi teléfono celular y llamé a mi señora para corroborar que la llave estaba con ella y no perdida en algún rincón oculto de mi patológico descuido. Afortunadamente ella asintió. Sin darme cuenta, mientras conversaba con ella me dirigía lentamente a la casa de mi hermana, distante a 50 metros de la mía. Una vez allí, no me quedó otra más que resignarme a esperar con mi ropa de oficina por lo menos 6 horas hasta que mi señora llegue a casa. Entre palabras de protocolo y preludios de conversación con mi hermana, coincidimos en tomar tereré. Inmediatamente, incliné el cuerpo para tomar mi termo y vaya sorpresa, no estaba a mi lado. En ese preciso instante mi cerebro activó la alarma de extravío y recreó en mí la imagen del último momento compartido con mi termo. Cuando tomé el celular para llamar a mi señora había bajado el termo sobre el medidor de agua de Essap, empresa proveedora de agua potable, que tiene un relieve que se sobrepone a la pared, fácilmente utilizable como banco para reposar. Salí a la calle para divisar si permanecía en el mismo sitio y, como era de esperarse en un país con un elevado índice de corrupción y desempleo, ya no estaba. Era una de las tantas veces que se me había perdido, pero sólo esta vez lo reconocí,siempre se albergaba en mi la esperanza del retorno. Era un termo de promoción, que llevaba el nombre de una empresa procesadora de yerba mate, de cuero cocido y de color verde; había sido mi compañero durante años y había refrescado mis días con absoluta fidelidad, de la tapa no caía una sola gota de fuga y conservaba la frescura durante horas. Lo había perdido y a consecuencia de esto me propuse no tener otro termo bajo mi tutela. Intenté recordar otros momentos con el termo, en el afán de ubicar en mi inconsciente algún dato que me revelase que lo había dejado en otro lugar y que sólo se trataba de un error de memoria. Intento fallido; mis recuerdos me confirmaban la partida de un amigo. Regresé hasta mi hermana y le comenté el suceso con una expresión que denotaba lo mucho que “el termo” se había aferrado a mí, pero que mi descuido superó a sus artilugios de convivencia: “y regalé nomás mi termo, dejé en la calle y alguien se lo llevó”, dije demostrando lo mucho que me pesaba la pérdida. Extrañamente sobrevivía en mí la posibilidad de que algún conocido o mis propios compañeros de trabajo hayan sido quienes lo tomaron, advirtiendo mi descuido. Esto me dejó un poco más tranquilo, pero la sensación sólo duró unos segundos. Los llamé y me dijeron que no lo habían guardado. El asunto era sólo cuestión de resignarse. Al día siguiente me preparé para ir a la oficina y, por supuesto, me faltaba el termo para completar mi equipo de trabajo. Rendido a la realidad tomé impulso y fui a trabajar como si nada hubiera pasado. Al llegar a la oficina veo a mis compañeros iniciando la maratónica jornada, como es costumbre en prensa, y a un lado del escritorio del jefe, en uno de los muebles, me aguardaba reluciente, espléndido como la última vez que lo vi, mi amigo, mi compañero de tragos, el sofocador de estómagos rebeldes y el más destacado aplacador de indigestiones. Estaba allí como si nadie lo hubiera visto ni tocado. Él era el mismo de siempre y yo un amigo que había renovado el compromiso de cuidarlo. Una vez consumado el reencuentro le prometí que nunca más lo abandonaría, pero hasta ahora no me explico cómo llegó hasta allí cuando lo había dado por perdido. Lo insólito es que esta no fue la última vez que nos separamos, ni la última en reencontrarnos. Seguimos juntos, y creo que mucho de ello se debe a que mi termo decidió quedarse.

jueves, 15 de enero de 2009

¿Cuestión de Estado?

En las últimas semanas hemos escuchado decir a los políticos, en todos los medios de comunicación, que la renovación de la Corte Suprema de Justicia es una “cuestión de Estado”. Y no se equivocan. Ahora bien, tal como está planteada, la misma refleja la carencia de una esquematización seria de las prioridades del país.
La tragicomedia de “renovaciones” en los espacios de poder no pasa por una conmutación de personas, diferenciadas por su afiliación política. El cambio real proviene de la madurez de los gobernantes de entender las necesidades del pueblo que los eligió y de hacer preservar desde esa perspectiva la institucionalidad de los poderes del estado.
La justicia paraguaya se ha convertido en una herramienta del poder fáctico de turno, en la caja de pandora de quienes tienen deudas con la justicia, pero cuentan con la bendición de pertenecer a la clase política empotrada en algún espacio de relevancia cromática, ajustada al matiz de quien defina la ejecución de las “prioridades de gobierno”.
Hasta el momento, el más severo reproche que se le hizo a la mayoría de los componentes de la Corte es el haberte regalado al ex Presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, la posibilidad de quebrantar por algunos segundos la Constitución Nacional y asumir la Presidencia del Partido Colorado, en una superposición de poderes públicos, expresamente impedida por la carta magna.
No digo que se trate de una infracción menor; pero considero que hechos como estos son de carácter nulo ab initio, desde su concepción; por lo que entiendo que el debate de la conformación de un sistema judicial debe basarse, lejos del revanchismo político, en la necesidad de permitir el acceso real de la ciudadanía a la justicia, en el establecimiento de un Poder Judicial independiente y sujeto a los mandatos de la ley, no así al poder político partidario, que siempre traduce las urgencias del pueblo conforme a apremios particulares y sectarios.
En las cárceles hay miles de ciudadanos sin condena, que duermen escoltados por el temor y subyugados a un mañana sin sentido; ya que al no tener plazo de estadía, la cárcel se ha convertido en su hábitat natural, mientras que entre los “decisores” de una justicia renovada, figuran “ilustres ciudadanos” que tienen verdaderas deudas judiciales, pero que escudándose en su estatus, han logrado reducir sus delitos a meras persecuciones de carácter político o mediático.
Asimismo, en las calles circulan con absoluta permisividad criminales de diversa calaña, beneficiados por la venalidad de los jueces o la cómplice lentitud de los procesos judiciales.
Pensemos en una justicia que se ciña a los mandatos de la ley y no en una que endulce el paladar de quienes gozan de las “bondades del poder” y se nutren de ella para ejecutar sus fechorías.

miércoles, 14 de enero de 2009

Un poco de Jesús

Sigo de cerca el comportamiento del mercado a la espera de un comercio que pueda proveerme artículos de suma utilidad para estos tiempos, ya que, probablemente, no serán afectados por la caída del hábito de consumo a nivel mundial. ¿Por qué no existen promociones especiales de paciencia, amabilidad, humildad y decoro? Rápidamente la respuesta me resuena al oído hasta hacerme sentir verdaderamente ignorante. ¿Cómo se colocarían productos que no están a la moda, aquellos que por obra y gracia del libre mercado no pueden ser sujetos de intercambio comercial?
La sociedad de hoy y siempre nos ha enseñado que somos en la medida de lo que tenemos o adquirimos, esta teoría se enseñorea en spots publicitarios, en carteleras de cine y hasta en relaciones emocionales.
Pero el “soy en la medida de lo que tengo” básicamente refleja el escaso valor que poseemos sobre nosotros mismos.
El reducir al hombre a un producto comercialmente congruente al valor de un objeto, nos habla de que renunciamos a lo más ostentoso de nosotros mismos, nuestro valor agregado; el entendimiento.
Cuando valoramos nuestra existencia únicamente de acuerdo a la acumulación de objetos, nos estamos igualando a ellos, es decir, de seres pensantes y gobernantes, pasamos a seres inanimados, tasados al mejor postor o al ánimo del mercado y, por lo tanto, subordinados.
El introducirnos al mercado como un objeto asequible de la vitrina mercantil nos ha suprimido este potencial distintivo. Hemos olvidado que somos capaces de pensar y que nuestro comportamiento no es el simple resultado de un acto reflejo que responde ante determinado estímulo; somos capaces de decidir.
Unos miles de años atrás, un hombre que se asomó a la tierra y se mimetizó entre nosotros renunciando a su “yo”, nos enseñó que la bondad del espíritu es un artículo que no se deprecia en el mercado, y no solamente por su poca oferta, sino porque es de fabricación ilimitada.
Lo mejor de todo es que este hombre nos regaló frases que hasta ahora no las comprendemos y que por ello los vicios del consumismo siguen siendo el origen de nuestros males.
Cómo no valorar palabras como “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” Mt 10:21.
Jesús nos hablaba claramente de que si el objeto de nuestras obsesiones se limita a lo material, este será premio y condena de todos nuestros males. La paciencia, amabilidad, humildad y decoro, no son artículos que se nos ofertan en el mercado a destacadas gangas, pero si pueden ser los cimientos de nuestra felicidad futura.
De todo lo demás extraigo una premisa. Sólo adquiriendo un poco de Jesús en nuestro hábito sería suficiente para hacerle frente a una avalancha financiera global o a la retracción del hábito de consumo que vaticinan los expertos, porque este hombre que superó los límites de lo material – al menos para los que en él creemos - fue el mismo que nos dijo que no sólo del pan vivirá el hombre, y si querés agregale que el resto viene por añadidura.
La crisis financiera global es el resultado del mal hábito de consumo, de la insatisfacción propia de las personas que destinaron su vida al objeto y cuyo exceso generó lo que hoy consideramos “temor de compra” o la incapacidad de arriesgar lo poco que se tiene ante la posibilidad de que se acabe.
Por suerte te digo que los valores no tienen vida finita en el mercado y que hasta son autorrenovables.
Te invito a que no te limites a comprender estas palabras textualmente, sino que a partir de ellas te preguntes por qué tu hijo no te respeta o por qué te cuesta tanto esbozar una sonrisa, dejar fluir una caricia, perdonar o pedir perdón, o darle la mano a tu prójimo. ¿Será que no encontraste en el supermercado estos productos de los que te hablo?
Si es así, sencillamente te animo a que revises donde está tu tesoro.