jueves, 16 de abril de 2009

¿Lugo puede volver a enamorarnos?


Varios sicólogos coinciden en que la etapa eufórica del enamoramiento tiene un periodo de vida de 2 años.


Bajo este criterio, el presidente de la república, Fernando Lugo, tiene suficiente tiempo para reconquistar a la gente que pudo sentirse defraudada por su inconducta al ocultar su paternidad y por las escasas señales de cambio que hasta ahora su gobierno ha dado.
Otros elementos que propician la reconquista del mandatario son factores de carácter socio-cultural. El machismo paraguayo es uno de los más arraigados en el mundo y lo simpático de este estigma social es que son las mujeres las que lo mantienen vigente.
La incapacidad de retención o fallas en la memoria a mediano y largo plazo sería el otro elemento preponderante. Nuestra sociedad es de fácil perdón, peculiaridad espiritualmente conmovedora, pero muy poco práctica políticamente, en el caso de no ser retribuida con equivalencia por los sujetos perdonados.
Algunos expertos en marketing político reconocen que la confesión del mandatario socavó su principal plataforma electoral, como lo fue su manto de pureza y credibilidad. En cambio, estiman que por las características de nuestro pueblo, el impacto podría ser menor de lo esperado por los sectores políticos de oposición y por los mismos medios de prensa.
Lugo hoy ya no sólo nos vende una imagen de transparencia sino que, a mi criterio, sus asesores están utilizando como recurso una figura tan iconoclasta como su misma asunción al poder tras dejar los hábitos. El Lugo post “cônfessiô” ahora nos muestra una imagen de arrepentimiento desde el ejercicio del poder, la misma que utilizan los hombres cuando intentan reconquistar a la mujer que decepcionaron.
Esta estrategia puede resultar apropiada en una sociedad deprimida y subvalorada en el pasado, ya que la ultra sensibilidad haría que las barreras de la frustración decaigan fácilmente contra la seductora galantería de renovar promesas.
A esto se debe agregar otro aspecto arraigado en la sociedad paraguaya: “La negación de su libertad”. Esto se explica fácilmente con la añoranza de muchos sectores sociales hacia figuras autoritarias como Stroessner y se consolida con la asunción al poder de una figura mesiánica, como el actual presidente Lugo.
El paraguayo todavía no se concibe como sujeto activo de cambio y como coadyuvante del desarrollo de la democracia, por tanto sigue apostando al cambio sin participar de él y entregándoselo al azar o a aquel que “emocionalmente” resulte como mejor postor.
Todos estos elemento juegan a favor de que el incidente de Lugo quede anotado en el anecdotario de nuestra incipiente conciencia cívica.
Así que, doy por cierto que el presidente está a tiempo de volver a enamorarnos.

lunes, 13 de abril de 2009

Huérfanos del cambio



A más de uno habrá sorprendido la confesión del presidente de la república del Paraguay, Fernando Lugo, sobre su paternidad “irresponsable”, que la tuvo bien oculta durante casi dos años y que atravesó la cruenta campaña electoral que concluyó con su elección y posterior asunción al poder, dejando atrás al menos seis décadas de hegemonía colorada.


Lugo era el abanderado de la esperanza hacia el cambio. Su perfil, muy bien diseñado por el marketing político, embaucó a la mayoría de los electores con un cariz sobrio, austero, confiable y “fiel”.
De hecho, no resulta para nada novedoso que un prelado este envuelto en un escándalo de tinte sexual; en muchos otros casos, las víctimas suelen ser niños, y, peor aún, las estadísticas indican que suelen ser del mismo sexo. Pero más allá de querer atribuirle con al menos un atisbo de “normalidad” al hecho, no deberíamos dejar de sorprendernos con este tipo de sucesos y, mucho menos, justificarlos.
Habrá quien a partir de ahora ponga a consideración la innecesaria condición de celibato en el oficio sacerdotal y, probablemente, encuentren argumentos hasta interpretando pasajes bíblicos. Eso sería una verdadera pena.
El cuestionamiento no pasa por el hecho de que el mandatario haya quebrantado un imperativo de carácter religioso, que por cierto, sólo lo justifica un sector del catolicismo, ya que el otro considera apropiado que el sacerdote tenga una “ayuda idónea” al conformar una familia del lado de su mujer.
La cuestión radica precisamente en el elemento que hoy desvanece por su descuido. La responsabilidad, que trae aparejados al compromiso, la integridad y la verdad.
El presidente Lugo lesionó estos aspectos trascendentales que le sirvieron de plataforma para ganarse a un electorado cansado de las mentiras y angustiado por el desamparo.
Asimismo, es cierto que el reconocimiento público de su irresponsabilidad lo convierte en un ser valiente, pero no le quita lo insensato.
Lugo se había abocado a un compromiso con su congregación, le había conferido a Dios sus deseos carnales y decidió desapegarse de todo lo que para su convicción no sería de utilidad a sus propósitos. Podemos no estar de acuerdo con estos criterios, pero él los aceptó.
Y lo que es peor, esta inconducta puede llegar a compelerlo a someterse a la justicia bajo figuras jurídicas como el estupro o la misma coacción sexual, en su calidad de depositario de la fe.
Con todo esto, hoy el presidente de la república nos obliga a reconsiderar estos aspectos de suma vitalidad para la correcta evolución de nuestra condición de país demócrata y nos confronta a reconocer que seguimos siendo una sociedad hipócrita, aferrada a escudriñar sobre la paja que el prójimo lleva en el ojo, mientras socavamos la realidad con falsas expectativas.
No quisiera que el gobierno paraguayo democráticamente constituido el 15 de agosto de 2008, tenga que decaer por asuntos de carácter pasional.
Con o sin Lugo, el pueblo paraguayo debe salirse de su adolescente transición democrática y madurar en su convicción de república, para que su prosperidad no esté sujeta a tropiezos generacionales.
De no ser así, seguiremos huérfanos del cambio.