miércoles, 20 de julio de 2011

La lija de nuestras vidas



Las situaciones de oprobio a las que muchas veces estamos expuestos, no tienen porqué ser únicamente motivo de angustia en nuestras vidas.

Si nos ponemos a analizar seriamente, es en estas circunstancias en las que nos permitimos crecer de manera impensada.

Personalmente, he intentado en reiteradas ocasiones hacerle frente a pesadas cargas en mi vida, que son simples consecuencias de una conducta desacertada en el pasado.

Por lo general, tendemos a desapegarnos de nuestras responsabilidades y atribuir la culpa a un tercero. El pensamiento debería ser en el sentido contrario: “soy consciente que la responsabilidad es mía, y que el trabajo para superar la angustia será lento e incómodo”.

El dolor, la frustración y el desamparo parecen apoderarse de nuestras vidas en situaciones como éstas. Sin embargo, estos son sentimientos efímeros, que se esfuman con suma volatilidad cuando anteponemos coraje y dependencia a Dios.



No se trata de una simple explicación dogmática o del intento desesperado de encontrar respuestas en medio de la angustia. Se trata de dar testimonio del poder de Dios, el mismo que con la fuerza de su palabra creó todo lo que conocemos y desconocemos.

En la carta a los romanos, el apóstol Pablo escribió una frase que debe calar hondo en el espíritu de todo creyente envuelto en situaciones de angustia descontrolada “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Ro.9:16 ”. 

Esta frase, inspirada en el núcleo central del evangelio, nos obliga a pensar que aún en la adversidad tenemos la certeza de estar a merced de un Dios de orden.

Decía al principio que las situaciones de angustia no deben entenderse como la perdición, sino por el contrario, debería considerarse como el principio de una etapa de mejoramiento en nuestras vidas. 

Es difícil entenderlo, pero al haberlas superado se siente la satisfacción de la conquista; una suerte de liberación emocional que redime nuestras penas y nos entrega por gracia, el gozo de seguir avanzando con el compromiso de no volver a cargarnos con la misma culpa.

Es un proceso de maduración del carácter, que bien entendido y valorado nos ayudará a perfeccionarnos en las áreas de mayor dificultad de nuestras vidas. No en vano el mismo apóstol Pablo escribió en su epístola a los filipenses que “el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. Flp. 1:6.”

Sólo confiando en el poder redentor de Dios será posible superar el aparente cataclismo que sacude nuestras vidas durante la adversidad.

Esta no es una expresión retórica, es una experiencia personal.