martes, 3 de mayo de 2011

La autoridad que añade obediencia



La historia ha demostrado que el autoritarismo no funcionó como modelo de Gobierno, ya sea en Paraguay o Rusia. Muchos se preguntarán cuál fue el factor de desajuste; la respuesta es compleja, pero la poca razonabilidad de los mandatos imperativos puede ser el punto de partida hacia la explicación del fenómeno.

La obediencia es uno de los elementos más deseados por todo líder y, probablemente, es uno de los aspectos endógenos de la conducta humana más difícil de conquistar. Sucedió con las grandes tiranías, uno de los ejemplos más claros es la sociedad alemana. Este país experimentó situaciones ambiguas a lo largo de su historia.
El modelo trazado por Hitler tuvo inicialmente una amplia aceptación. Según los sicólogos, este comportamiento del conglomerado alemán respondió a cuestiones de carácter autoritario, precedentes a la formación del tercer Reich.
La educación intrafamiliar alemana estaba marcada por una verticalidad innegociable. Los hijos tenían pocos derechos de expresar sus pareceres, debían limitarse a obedecer órdenes y, consecuentemente, a reprimir sus emociones. Esto llevó, según los profesionales, a la formación de un perfil sádico dominante en el pueblo ario.
Hitler con su retórica motivacional y xenófoba exacerbó estas peculiaridades de su pueblo, y lo condujo a la destrucción.
Años después, con la derrota alemana en la segunda guerra mundial, este pueblo quedó dividido en fronteras internas que acentuaron los vacíos sico-afectivos. Fue en el Este, en la mal llamada República Democrática Alemana, donde la desobediencia se gestó como herramienta libertaria, desencadenando la revolución pacífica que concluyó con la caída del muro de Berlín.
A este punto quería llegar. Alemania es sólo un ejemplo del comportamiento social que deviene de una autoridad irracional.
La indisciplina no es el fruto de la casualidad; ni mucho menos, una respuesta refleja con el que uno nace para, sencillamente, oponerse a un determinado sistema de control. Es un aprendizaje diario condicionado por factores internos y externos que determinan el carácter individual y colectivo. Es allí donde el contexto en el que se forma esa conciencia y los modelos de liderazgo – ya sea familiar, religioso o político – adquieren una trascendencia única.
Con esta teoría deberíamos indagarnos cuál es el ejemplo que heredamos a los hijos y de qué manera inciden en nuestra conducta personal las características típicas de los representantes del poder político actual; pensando así quizás obtengamos los primeros esbozos para la explicación del carácter distintivo del paraguayo contemporáneo.
Aunque la mayoría de nosotros siempre pensó que el libro El Principito, del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry, fue concebido como un relato fantasioso para niños; al releerlo quedé sorprendido por la profundidad de su contenido. Me remito en este caso, a la cuestión del ejercicio de la autoridad. Cuando el Principito sale de su mundo para conocer otros en la galaxia, se cruza con distintos tipos de personas. En una de esas, llega hasta el mundo donde gobernaba un Rey. Al compartir pareceres, el Rey habla sobre el ejercicio de su autoridad y lo define con una frase que no admite desprecio: “La autoridad se basa ante todo en la razón. Si le ordenas a tu pueblo que se lance al mar, habría una revolución. Tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables”.
La última oración es impactante. Cuántos de nosotros comúnmente exigimos obediencia estableciendo peticiones irracionales.
Para aquellos que piensen que hablar de razón puede colisionar con la fe, permítanme responderles. El modelo de liderazgo de Jesús no admite desobediencia; por lo tanto, es un ejemplo de autoridad basada en la razón.
Los hombres sólo hemos contradicho los preceptos de Dios y esta desobediencia provocó la descomposición de la sociedad. En sus mandamientos, Dios nos compromete a llevar una vida lógica de convivencia pacífica.
Se imaginan lo que pasaría en este mundo si tan sólo cumpliéramos el consejo de Jesús citado en Lucas 6.27-28: “Pero a vosotros los que oís os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian”.
La lógica no sólo debe tomarse como el hábito común de hacer las cosas, sino también por su objetivo, en este caso Jesús nos hablaba del ahorro de estrés, depresión y muchos otros rencores tóxicos.
En fin, la única autoridad que añade obediencia es la autoridad de Dios, y si nos comprometemos a seguirla, seremos herederos idóneos para transmitir la enseñanza a hijos, amigos y compañeros de trabajo.
No puedo terminar sin citar la descripción que hizo Jeremías sobre el perfil de autoridad de nuestro creador: “Grande eres en consejo y magnífico en hechos; tus ojos están abiertos sobre todos los caminos de los hijos de los hombres, para dar a cada uno según sus caminos y según el fruto de sus obras”. (Jeremías 32.19)