martes, 3 de febrero de 2009

Los delirios de la boca

A mi parecer, la clase política esta subyugada a una especie de karma comunicacional, un abismo de palabras que les incita a decir todo lo que piensan, sin pensar en lo que dicen. Uno de los ejemplos más concretos es lo ocurrido con el presidente de la república, Fernando Lugo, recientemente en ciudad del este.
En una desatinada ocurrencia afirmó que estaría dispuesto a aceptar la reelección presidencial, en caso que el pueblo así lo requiera. Esta afirmación no sólo colisiona frontalmente con las miles de respuestas dadas en entrevistas al ser consultado sobre el tema, sino que tratar el asunto en la entrepuerta de una aguda crisis económica que se avecina en zancos y que amenaza con desempleo y decrecimiento global, resulta absolutamente extemporáneo.
El mínimo efecto de ello, podría ser el deterioro de una credibilidad que esta sometida a prueba y el retroceso de un liderazgo incipiente, al cual le urge posicionarse. Las apreciaciones del mandatario no sólo reflejan el pésimo orden de valores que otorgan los políticos a temas de verdadera urgencia; también expone la fuerza obnubilante del poder, que somete a su presa a un cretinismo obsecuente.
Pero la culpa de la instalación forzada de estos temas no sólo debe atribuirse a la clase política, sino a un modelo de prensa aterrador que sigue vigente, y que no es otro más que el de pescar en río revuelto, forzando los delirios de la boca y cambiando el sentido a los temas de relevancia que deben ser debatidos y entregados a la opinión pública para que esta pueda generarse un sano juicio.
Lo dramático del caso es que este tipo de informaciones se levantan como cortina de humo y se agotan en los medios de comunicación hasta el hartazgo, mientras quedan relegados asuntos de verdadera importancia. Los paraguayos debemos hacernos una seria introspección y con el mayor sinceramiento posible extraer la escala de valores que le otorgamos a las cosas.
De lo contrario, seguiremos debatiendo sobre reelecciones a destiempo y mecanismos para posicionar a abogados de bajo rendimiento académico, de escasa ética y de difusa moral como ministros de la Corte Suprema de Justicia. Ya sabemos que la palabra destruye, pero parece que se nos ha olvidado que también sirve para construir.

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