viernes, 14 de junio de 2013

Maldición en la sobreabundancia

Desde hace días se regodea en mi mente la necesidad de tocar un tema que se me presenta bastante antagónico. Es una de esas ideas que uno se plantea y desea contrastarla con la realidad. El título de este pensamiento ya desnuda su perfil dicotómico.

Es notable como la riqueza, en cualquiera de sus manifestaciones, tiende muchas veces a descalabrarse hacia el fracaso y en contrapartida, cómo de las precariedades surgen las mejores oportunidades de desarrollo. ¿Por qué? Eso es lo que intentaré explicar con algunos ejemplos.

La vida en sí es una ficción que no la entendemos hasta que nos hace parte del rodaje. Cada minúsculo detalle cotidiano adquiere otra connotación cuando la ponemos en su correcta perspectiva… fíjense.

Gustavo Mancuello es un joven de 19 años que nunca conoció a su padre. Su infancia estuvo marcada por la ausencia de una figura paternal, situación que con mucho ímpetu fue compensada, de algún modo, por la laboriosidad y entrega que logró conjugar su madre en un amor sublime.

Gustavo recibió la educación básica y complementaria como corresponde. En su adolescencia sintió mucha atracción por el mundo informático, es así que decidió cursar sus estudios secundarios en la carrera de técnico en informática.

Lo singular de este joven es que nunca tuvo una computadora durante sus tres años de bachillerato. ¿Y cómo lo hizo? Gustavo se las ingenió para suplir la ausencia material.

Cada minuto en la sala de computación era valioso. Cuando era hora de interactuar con la máquina, todos sus sentidos estaban en alerta. Incluso, logró que su interés lo llevara a dibujar una computadora en su cuaderno anotador, con todas sus partes, y desde allí iba repasando funciones y técnicas, imaginándose la presencia física del procesador, hasta el próximo encuentro “real” con esta anhelada herramienta.


Sin una máquina a su disposición, Gustavo logró egresar entre los mejores. Hoy día desea concretar su siguiente objetivo: recibirse de ingeniero en informática.

Gustavo en su actual trabajo

Siempre hemos oído el aforismo consuetudinario que nos dice que “aquello que más nos cuesta, es lo que más valoramos”, y es verdad.

Paraguay es un país rico en recursos naturales. Posee una ubicación geográfica estratégica (justo en el corazón de Sudamérica) lo cual le permite estar en contacto directo con varios países del cono sur para el tráfico comercial.

Paraguay agrícola vía google

El suelo guaraní es tan fértil que la agricultura hasta podría constituirse en un rubro citadino. Aún así, el país está ubicado entre aquellos con mayor índice de pobreza (32,4% a 2011), menor desarrollo urbano, bajos niveles de competitividad y pésimos indicadores en calidad de gestión educativa y de aprendizaje; esto último según un estudio elaborado por el Foro Económico Mundial, que indica que Paraguay está en el puesto 138 de 142 países por sus bajas condiciones educativas. 


Niños paraguayos en clase

Pero aquí no se trata de hacer una apología de la escasez. Por el contrario, la idea es someter al ajuste del raciocinio el derroche de oportunidades por una mala actitud.

Un ejemplo de buen aprovechamiento de los recursos disponibles y de ejecución de un plan estratégico de desarrollo diferenciado es el sistema educativo finlandés.

Este país ubicado al este de Europa rompe con todos los paradigmas. Un informe publicado por BBC Mundo señala que “No son los que más invierten en educación (menos del 7% del PIB), ni los que imponen la mayor carga horaria a los niños en las escuelas (608 horas lectivas en primaria en comparación con 875 de España, por ejemplo)”, aún así los resultados de su política educativa, que ni siquiera es demasiado exigente al punto que los estudiantes son sometidos a evaluación recién terminada la secundaria, ubica a este país entre los que mayor índice de aprendizaje posee su población.

La motivación de Finlandia es precisamente haberle sacado provecho a su fortaleza, advirtiendo sus limitaciones.

Este país no goza de una fuente exuberante de recursos naturales y está ubicado justo en el centro de países de grandes economías como Rusia y Suecia. Sus gobernantes entendieron que el único recurso que les daría competitividad sería la cultura, particularmente su dominio en el ámbito del saber. 
Niños finlandeses 

En este país hace frío casi la mitad del año y en invierno las temperaturas pueden llegar a los -25 º C. Es increíble como en este contexto, este país posee una floreciente estructura económica industrial y una respetada estructura sociológica donde el saber es la balanza que define el estatus social de la población, más que la simple y llana acumulación de riquezas. Por ejemplo, en Finlandia ser maestro es todo un galardón.

Por otro lado, un ejemplo del derroche por mala actitud lo encontramos en el relato bíblico que refiere a la historia del rey Saúl.

En 1 Samuel 9:2 la biblia describe a este hombre con excepcional precisión respecto a sus cualidades externas “…joven y apuesto… En Israel no había otro más elegante que él. Del hombro arriba sobrepasaba a todos”.

El plan de Dios en la vida de Saúl era convertirlo en un ser tan poderoso y especial que, incluso, ya había declarado que sería un hombre victorioso. No obstante, este privilegiado hebreo tenía un rival para él infranqueable: una terrible inseguridad.

Saúl luchaba contra un complejo de inferioridad, muy a pesar de sus cualidades internas y externas. El se veía como lo que este mundo le indicaba, hijo de la familia más pequeña de la tribu más pequeña de Israel. 
Básicamente este hombre desoyó su bendición y la derrochó. ¿Qué estás haciendo vos?

Ilustración Rey Saúl vía google

Esta misma premisa se extiende a las relaciones de pareja y a los múltiples roles que nos impone el proceso de socialización.

La maldición no está necesariamente en las cosas ni en las circunstancias, se encuentra  en el mismo lugar donde sabiamente Jesús indicó que estaba el cofre sagrado de nuestro desarrollo “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” Mt. 6:21.















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