sábado, 18 de mayo de 2013

El último grito

Un largo y tenebroso pasillo nos conduce al rincón más oscuro de este depósito de cuerpos vivientes: Camboya. El fétido olor es lo más noble que ofrece este sitio. 

Las paredes resquebrajadas con mosaicos de humedad y el piso de cemento alisado con notorias grietas son sólo pequeñas señales de un desolador olvido. 

En este lugar hay personas que no conocen la razón de su condena, pero la sienten como el peor castigo día tras día. 


El principio de la selección natural y la supervivencia del más apto son irrefutables en este lugar. El tiempo es absolutamente relativo. Las manecillas del reloj son empujadas torpemente entre la pereza y el desamparo. Los segundos son eternos en este inhóspito edificio de Asunción. 

Una persona que estuvo allí por varios años me confió recientemente algunos relatos de lo que representa vivir en un lugar donde la vida es el bien menos preciado. Un cigarrillo o un gramo de droga son mucho más importantes. 

"En el penal de Tacumbú gobiernan los jefes de pabellón", me decía este amigo al significar que la estructura del Estado es sólo el ropaje externo y superficial que se le da a un sitio que "realmente no le importa a nadie, más que a aquellos que lucran desde ese lugar". 



Miles son los confinados al exilio de la desdeñosa miseria. La muerte se mofa de estos seres vivos andropomorfos, olvidados por su gente y reducidos a una pena sin reparos. Muchos cometieron crímenes espeluznantes, otros quisieron aniquilar al hambre con el amparo de un azaroso hurto de gallina. 

En este desierto de desolación sobrevive un total de 3.600 internos, mientras que el edificio fue diseñado para albergar con suerte a 1.800 de ellos. 

Las reglas de convivencia interna son muy rigurosas. El mínimo error puede costarle la vida al intrépido agresor. 

Muy al contrario de lo que mi conciencia de periodista me decía por el conocimiento sesgado de la información provista por las autoridades, los famosos "pasilleros" no necesariamente son los desamparados seres que no encontraron cobijo en las húmedas y minúsculas celdas. 

En realidad son los "inadaptados" a las reglas internas de "convivencia pacífica" que establecieron los mismos reos. 

Según me dijo un confidente, los "pasilleros" son los que se quedan con las pertenencias ajenas o los que no pagan sus deudas a los traficantes. 


Para ellos, el primer paso hacia el destierro es confinarlos a los pasillos, sin abrigo y, en la mayoría de los casos, sin alimentación. 



Los jefes de pabellones regularmente se reúnen en una suerte de "concilio" para decidir que hacer posteriormente con ellos. La reincidencia se paga con la pena capital y "cuando la decisión está tomada no hay vuelta atrás". 

No obstante, lo que más me sorprendió fue un dato sobre la última expresión del reo sometido a la justicia de sus pares. 

Más allá de los límites de la racionalidad y de los estereotipos que configuran un perfil sicopático, existen elementos sicolingüísticos que unifican a estas almas huérfanas de calidez en el estrecho camino hacia su expiración. 

Cuando la sentencia de muerte está echada, esto se hace público entre los internos. Todos saben que esa misma noche "alguien viajará", expresión que utilizan para referirse al inminente crimen. 

Las estadísticas confirman que los sentenciados a muerte utilizan la misma expresión final para confirmar su "viaje". 

En la antesala de la muerte, cuando el verdugo está a punto de concretar el pacto, todos los reos - sea cual fuere el crimen que hayan cometido - utilizan la misma expresión para evadir al temor que los embarga: Mamáaaaaa! Y sus voces rompen el silencio de la noche... 

La muerte en Tacumbú parece un fin en si misma, en la cual los reos "inadaptados" son artífices de un final reparador que deja por detrás un sistema opresivo y excluyente, incapaz de producir redención; sino por el contrario, estructurado para acrecentar la criminalidad en los casos de aquellos que no teniendo condena absorbieron el mal ejemplo para sobrevivir e incrementaron de ese modo su perfil criminal. 

Quizás este último grito al que nos referimos también nos involucra. Tal vez nuestra sociedad está igualmente desamparada y carcomida por el desenfreno; y en nuestros actos subconscientes, todos recurrimos a esta senda de regresión, que no es más que un alarido desaforado en busca de auxilio.    

Mamáaaaaaa! grito congruente entre el inicio y el final de la vida. Sustantivo sobre el cual reposa la eficacia del ser y la eficiencia de la sociedad. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario