lunes, 19 de enero de 2009

Mi termo decidió quedarse

Muchos de ustedes pondrán en duda esta historia, pero les aseguro que es verdad.
Ocurrió en varias ocasiones, que ya lo daba por perdido y mi termo de tereré me dio una gran sorpresa. Uno de los más fuertes extravíos que recuerdo ocurrió recientemente. Salí del canal alrededor de las 13.30 horas. Como de costumbre me predispuse a esperar que un equipo de exteriores surque el estacionamiento y se dirija a una cobertura periodística de último momento para tomarme un aventón y acercarme a destino. Según lo recuerdo, abandoné la oficina con la trilogía de siempre: maletín, walkman y el termo de tereré. Aborde el móvil en compañía de mis compañeros y comenzamos la travesía. Nos desplazábamos sin prisa y mientras compartíamos anécdotas tomábamos el tradicional tereré, por supuesto, de mi termo. Cómo no hacerlo, si todavía conservaba el agridulce sabor del remedio yuyo, ancestral brebaje para suprimir malos espíritus a consecuencia de una mala digestión o en el caso de algunos, de la ingesta excesiva de alcohol. Una vez que llegué a destino, me percaté de que no traía conmigo la llave de la casa y como complemento la encargada se había retirado con la llave que le correspondía. Inmediatamente, tomé mi teléfono celular y llamé a mi señora para corroborar que la llave estaba con ella y no perdida en algún rincón oculto de mi patológico descuido. Afortunadamente ella asintió. Sin darme cuenta, mientras conversaba con ella me dirigía lentamente a la casa de mi hermana, distante a 50 metros de la mía. Una vez allí, no me quedó otra más que resignarme a esperar con mi ropa de oficina por lo menos 6 horas hasta que mi señora llegue a casa. Entre palabras de protocolo y preludios de conversación con mi hermana, coincidimos en tomar tereré. Inmediatamente, incliné el cuerpo para tomar mi termo y vaya sorpresa, no estaba a mi lado. En ese preciso instante mi cerebro activó la alarma de extravío y recreó en mí la imagen del último momento compartido con mi termo. Cuando tomé el celular para llamar a mi señora había bajado el termo sobre el medidor de agua de Essap, empresa proveedora de agua potable, que tiene un relieve que se sobrepone a la pared, fácilmente utilizable como banco para reposar. Salí a la calle para divisar si permanecía en el mismo sitio y, como era de esperarse en un país con un elevado índice de corrupción y desempleo, ya no estaba. Era una de las tantas veces que se me había perdido, pero sólo esta vez lo reconocí,siempre se albergaba en mi la esperanza del retorno. Era un termo de promoción, que llevaba el nombre de una empresa procesadora de yerba mate, de cuero cocido y de color verde; había sido mi compañero durante años y había refrescado mis días con absoluta fidelidad, de la tapa no caía una sola gota de fuga y conservaba la frescura durante horas. Lo había perdido y a consecuencia de esto me propuse no tener otro termo bajo mi tutela. Intenté recordar otros momentos con el termo, en el afán de ubicar en mi inconsciente algún dato que me revelase que lo había dejado en otro lugar y que sólo se trataba de un error de memoria. Intento fallido; mis recuerdos me confirmaban la partida de un amigo. Regresé hasta mi hermana y le comenté el suceso con una expresión que denotaba lo mucho que “el termo” se había aferrado a mí, pero que mi descuido superó a sus artilugios de convivencia: “y regalé nomás mi termo, dejé en la calle y alguien se lo llevó”, dije demostrando lo mucho que me pesaba la pérdida. Extrañamente sobrevivía en mí la posibilidad de que algún conocido o mis propios compañeros de trabajo hayan sido quienes lo tomaron, advirtiendo mi descuido. Esto me dejó un poco más tranquilo, pero la sensación sólo duró unos segundos. Los llamé y me dijeron que no lo habían guardado. El asunto era sólo cuestión de resignarse. Al día siguiente me preparé para ir a la oficina y, por supuesto, me faltaba el termo para completar mi equipo de trabajo. Rendido a la realidad tomé impulso y fui a trabajar como si nada hubiera pasado. Al llegar a la oficina veo a mis compañeros iniciando la maratónica jornada, como es costumbre en prensa, y a un lado del escritorio del jefe, en uno de los muebles, me aguardaba reluciente, espléndido como la última vez que lo vi, mi amigo, mi compañero de tragos, el sofocador de estómagos rebeldes y el más destacado aplacador de indigestiones. Estaba allí como si nadie lo hubiera visto ni tocado. Él era el mismo de siempre y yo un amigo que había renovado el compromiso de cuidarlo. Una vez consumado el reencuentro le prometí que nunca más lo abandonaría, pero hasta ahora no me explico cómo llegó hasta allí cuando lo había dado por perdido. Lo insólito es que esta no fue la última vez que nos separamos, ni la última en reencontrarnos. Seguimos juntos, y creo que mucho de ello se debe a que mi termo decidió quedarse.

3 comentarios:

  1. Al leer esta historia es interesante descubrir que cada uno de nosotros, en mayor o menor medida desarrollamos una especie de romance con algun objeto que es de gran estima. En mi caso es el celular. Un pobre y golpeado aparato nokia 6020. Actualmente, ya ni conserva el esplendor de lo que un día fue. Pero cómo me cuesta desprenderme. Tenemos una historia juntos, guarda una parte de mi.

    ResponderEliminar
  2. Si, y el otro punto es como la memoria nos traiciona muchas veces.

    ResponderEliminar
  3. Lo bueno de esto es que opaques tu principio de alzheimer creyendo que tu termo decidió quedarse.

    ResponderEliminar