lunes, 13 de mayo de 2013

Más allá de la vida


Estamos tan acostumbrados a la promoción de eventos desabridos y escalofriantes que hemos ido desdibujando la verdadera esencia de la interacción humana: la búsqueda incesante de la felicidad y el amor.

Imagen via google

No nos damos cuenta de las maravillas que nos rodean y de las cosas hermosas que guardan en lo más profundo de su ser las personas que vemos al pasar.
Sucedió conmigo este fin de semana. Un hombre de aspecto normal, de aproximadamente 68 años de edad y mirada apacible se me acercó en el supermercado.

Con una voz discreta y serena se aproximó como si ya nos hubiéramos conocido antes y me dijo:
-           Como estás, Beto. Viniste de compras con tu señora?
-          Que tal señor, respondí con cierto grado de asombro.

Continué diciendo que efectivamente estaba en el súper junto con mi esposa como todos los fines de semana para llevar la provisión de los próximos 6 días.

Allí empezamos un breve diálogo. El hombre me confesó que veía todos los días el programa que conduzco en televisión y comentó que tenía planes para realizar un programa radial en el cual quería involucrarme, al menos eso fue lo que entendí.

Con mucho entusiasmo dijo que se trataba de un programa sin precedentes en la radiofonía nacional y que estaría enfocado al servicio de personas de escasos recursos.

No avanzamos mucho en ello y en realidad ese no es el motivo de esta publicación. Lo que llamó poderosamente mi atención fue el comentario que realizó en un momento del  diálogo y que no tenía un vínculo inmediato con el tema que estábamos desarrollando.

Ya cuando la conversación llegaba a su punto final y cada quien se disponía a retomar su rumbo, el hombre manifestó que era viudo desde hacía 2 años y que el ir de compras al supermercado le llenaba de nostalgia.  

Imagen via google

Graciela, ese era el nombre de la mujer que se había apoderado de su corazón a lo largo de 32 años de matrimonio. Horacio era el hombre que tenía enfrente y que decidió confiarme su joya más preciada en un diálogo corto pero cercano, lejos de los 140 caracteres que últimamente utilizamos para desnudar nuestra alma en el afán de buscar adeptos.

-          Hace dos años se fue de mi lado, luego de una lucha encarnizada contra el cáncer. Me dejó mi mujer, mi compañera, la dueña de mis sueños y la razón de mis alegrías.

Esto me decía Horacio como si no le importara el lugar de nuestra charla y las personas que de tanto en tanto hacían parte de la conversación sin ser invitadas, simulando interés por los productos que teníamos cerca.

No pudo evitar emocionarse y el efecto inmediato fue contagiarme la emoción. Yo pude disimularlo, en cambio a él los ojos se le llenaron de lágrimas que por una extraña razón permanecieron prisioneras en el globo ocular.

Me mostró su mano izquierda, llevaba el anillo nupcial en el dedo anular y el de Graciela en el meñique. Con absoluta certeza indicó que ella seguía casada con él y que su lugar no sería reemplazado por nadie.

Este hombre había vivido intensamente sus 32 años de casado y no creo que todo haya sido color de rosa. Si creo que este sujeto entendió que el amor es un compromiso y que requiere de un sacrificio diario. Graciela ya no lo acompañaba al súper para hacer las compras, al menos no físicamente.

Pero en su semblante ella seguía a su lado. Sus ojos se colmaban de una ternura inconmensurable cuando pronunciaba su nombre.   

Antes de alejarnos me dijo: - Yo sé que ella está esperándome en la presencia del señor.  

Esta fugaz experiencia hizo que paralizara mi mundo por un instante y reflexionara acerca de mi relacionamiento marital.

Cuantas veces nos detenemos en puerilidades y las convertimos en verdaderos dramas, dignos de una tragicomedia medieval.

Lo volví a mirar en la distancia y vi como se alejaba entre las góndolas con el paso firme pero la mente lejana.

Cambié la orientación de la mirada y vi a mi esposa con mi pequeño hijo de tan solo 11 meses de edad y mi corazón se llenó de gozo.

Pronuncié en mi soledad: “gracias Señor, haz de mi un hombre digno y cariñoso siempre”.

A veces dejamos pasar los detalles importantes de la vida, mientras se estropea nuestro universo en la rutina.

El repentino diálogo con Horacio me sirvió para plantar en mi corazón este aforismo: Hay ocasiones en las que un segundo es suficiente para guardar un grato recuerdo para el resto de la vida. 

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